La cercanía de la Navidad nos hace mirar a Belén y contemplar el misterio de Dios, pero también invita al humor, al baile, a provocar sonrisas, seguros de que el Niño y su Madre gozan con nosotros. Los educadores de nuestros centros educativos son unos privilegiados, pues perciben de primera mano la impaciencia de los niños por la proximidad de estas fechas navideñas. La alegría se palpa en ensayos de villancicos, de funciones navideñas; el arte se hace tarjeta, vídeo, nuevos medios. Se exhiben preciosos nacimientos navideños en la entrada de las puertas principales de nuestros colegios, pero también en aquellas otras zonas de trasiego, de entrada y de salida al toque de la campana que marca el final de cada día.
En una de ellas, la del colegio Claret de Madrid, encontramos un bello y austero pesebre dispuesto junto a la conserjería, lugar por donde prácticamente acceden diariamente los casi dos mil alumnos. La profesora Fátima Souvirón, estas últimas semanas de Adviento, se quedaba por las tardes para dedicar un rato al nacimiento e ir pensándolo y completándolo, convencida de que, al mirarlo, los niños van más allá de lo que ven. Algunos chicos, los más pequeños, -aunque alguno no lo es tanto-, han ido escribiendo aquello que le dirían al Niño, como si fueran un pastorcito de aquella primera noche de Nochebuena. Lo escriben y lo cuelgan del árbol que Javier Beltrán ha confeccionado reciclando materiales viejos, pero dándoles un aire nuevo. Beltrán, miembro del equipo de mantenimiento, quizá sin quererlo, recordaba en cierto sentido a san José, que abrió la puerta a todo aquel que sabiendo mirar, se fue acercando al portal para adorar, para pedir, para reconocer.
Dios hizo niño a su Hijo y reveló el poder de la ternura, que nació en un pesebre abierto a todos y para siempre. En nuestros colegios muchos se han enterado ya. ¡Feliz Navidad!