La Iglesia considera la escuela católica como una plataforma privilegiada para el desarrollo integral de los niños y jóvenes. La considera, en definitiva, como un gran servicio que redunda en el bien de la sociedad. Prueba de ello es el colegio Claret de Fuensanta (Valencia), motor del mismo barrio valenciano con el que comparte nombre, y con el cual teje una red de ayuda que es referencia para sus vecinos en lo que respecta a acogida y cuidado.
Este curso tiene escolarizados, de entre sus poco más de trescientos alumnos, a niños y jóvenes de diversas nacionalidades distintas. Algunos de ellos llegados al centro sin las necesarias competencias lingüísticas para aprobar las asignaturas de la educación secundaria. “Tenemos en nuestras aulas a jóvenes encorsetados en un sistema ordinario que les exige por encima de sus posibilidades reales”, explica Inma Martínez, directora del centro. Además, hay que tener en cuenta que provienen de familias que les requieren para atender sus pequeños negocios, “padres que sueñan con ver a sus hijos con los ansiados documentos que por fin les abran las puertas al mundo laboral de los adultos”, completa.
Es por ello que al inicio de este curso el colegio valenciano ha arrancado una Formación Profesional Básica impartida por las tardes. “De los alumnos venidos de fuera de nuestro país tenemos que aprender su capacidad de sacrificio”, reconocen desde el centro. Se refieren así a chicos de entre quince y dieciocho años que conjugan el ritmo de las aulas por las mañanas, “y en donde se esfuerzan al máximo para sacar la educación obligatoria”, con las dos mil horas que el Claret les ofrece en turno vespertino para conseguir el título del ciclo formativo de actividades domésticas y limpieza de edificios. “Un título, a priori no muy atractivo, pero que sí que les empuja de forma verdadera a una inserción laboral, aquella que les permita llevar un salario a casa a la par que prosiguen sus estudios, abriéndoles así un camino que, no sin dificultades, confiamos que puedan recorrer”, inciden desde el equipo directivo del centro. Son alumnos que quizá tarden más en obtener una titulación con la que pasar a Bachillerato, pues su realidad familiar es complicada, y precisa de su ayuda; pero en el Claret de Fuensanta no les van a soltar de la mano. “Vivimos en una realidad donde los prejuicios sociales provocan que pese a que alumnos de determinadas etnias estudien y hagan prácticas en empresas, no acaben siendo contratados porque llevan hiyab, o porque tienen la piel más oscura o porque su acento al expresarse continúa presentando reticencias sociales”, lamenta Martínez. Reconocer esta triste situación es el primer paso para darle un giro. “Luchar por estos jóvenes es empoderarles desde la educación”, concluye la directora del Claret.